martes, 17 de enero de 2012

Unipersonal sobre las mujeres durante la década del '50.






Magdalena, una mujer que se atreve a Ser   
  
por Beatríz Sanchéz Distasio   

        Durante la temporada teatral marplatense 2012, se representó, todos los jueves a las 23,30 en la sala de El Séptimo fuego, el unipersonalMagdalena de Mauro Molina, quien es responsable de la Dirección y puesta en escena. El rol protagónico está a cargo de Valeria Tercia, que obtuviera – en el ciclo estival 2010 – el Premio Estrella de Mar como mejor actuación femenina marplatense en El rey se muere de Ionesco.En esa oportunidad, también fue Mauro Molina quien dirigió la obra mencionada.
        Nos referiremos a los aspectos sobresalientes de la propuesta escénica, que hacen del unipersonal Magdalena, una unidad estético- ideológica infracturable, en la que se dan cita concertadamente, los componentes  del fenómeno teatral.
        Remitiéndonos al programa de mano, éste ya nos allana el terreno, en el recorrido a seguir. Magdalena se define como unipersonal basado en “ La guía de la buena esposa “, de los años 50, y  está ilustrado por la imagen de la protagonista, sugiriendo con su amplia sonrisa, un rostro de felicidad.Acompañan la diagramación, los elementos escénicos esenciales que conformarán su historia : una valija de viaje, sobre la que se encuentra apoyada una maceta, conteniendo una pequeña planta, y papeles dispersos por el piso.       
        Una vez iniciado el espectáculo, advertimos que la historia comienza a fluir por otros cauces.
        El nombre Magdalena – en el marco de la propuesta – sugiere una síntesis interpretativa que se completa, ya finalizada la experiencia espectadora, y que  - incluso – nos incita a saltar la frontera teatral de la fábula textual, para resignificarla en el plano de la tradición bíblica.
          Magdalena es la protagonista, que ha apodado a la planta con su propio nombre. La mujer ha objetivado su mundo en la planta, por eso le habla de su vacío e insatisfacción. Le hace preguntas – muchas sin respuesta – porque ellas son responsabilidad de su dueña, que no las tiene. Otro dato importante para mencionar, y que  conduce a fortalecer el valor polisémico al nombre Magdalena,es que la mujer, desafiando las recomendaciones de su abuela, aprendió a hacer las deliciosas magdalenas. Por ello, en la escena final, a punto de partir, sentada junto a la valija, come visiblemente agobiada una magdalena.
        Todo en la historia es oculto, no debe decirse, es preciso  sufrir en silencio. Por este motivo, en el discurso del personaje, encontramos una expresión recurrente: “ ¿ Nos pasará lo mismo a todas o son tonterías que sólo se me ocurren a mí ? “.
        La protagonista recorrerá pasajes relevantes de su vida de frustraciones y promesas no cumplidas, mediante diferentes procedimientos teatrales, acertadamente seleccionados por la Dirección, que enfatizan la soledad y el vacío existencial de Magdalena.
        El monólogo es uno de los recursos centrales, en la propuesta textual del unipersonal de Mauro Molina, al que se suman otros, que indicaremos oportunamente.
        Como vehículo de comunicación discursiva, implica – en principio – la ausencia de interlocu-   tor escénico, siendo el receptor sólo el público. Sin embargo esto es en apariencia, puesto que si el discurso teatral – por su naturaleza – establece una doble enunciación, el monólogo como variante discursiva en el teatro, no escapa a esa condición dual y dialógica. Y en este juego – particular en el monólogo – debemos aceptar la presencia de un doble emisor y de un doble receptor si tenemos en cuenta que en el personaje-monologuista, conviven variadas voces que expresan diferentes estados  anímicos  o situaciones – incluso antagónicas – que  necesita manifestar. Por lo que, su primer inter-locutor corresponderá a ese otro que priorice en el ámbito de su interioridad, siendo el público, el  destinatario en segundo término, de su discurso. Esta realidad comunicacional está presente en el  unipersonal tratado.
  La historia, por la que desfilan sus más allegados: el marido, la madre, su abuela, a partir de diálogos indirectos que mantienen con ella, y que ésta actualiza en el presente de la acción, pone de manifiesto todas las obligaciones que debe cumplir la mujer, sujeta a castigos familiares y sociales por desacato; omitiendo los derechos, simplemente porque no existen.
        No sólo Magdalena es víctima de ese mundo opresivo, sino que le ocurre a otros, quienes aparecen en imágenes proyectadas por ella, sobre una cortina blanca, mientras va relatando fragmentos  de esas vidas truncas, sin que el discurso así lo afirme. Es el espectador, quien consustanciado con la vida de Magdalena, es capaz de interpretar –  en su privilegiada condición de interlocutor en segundo orden – el fracaso de esos seres. 
        El flash back – otro procedimiento, distanciador y al mismo tiempo revelador – acertadamente ubicado en el entramado argumental, completa, desde otro ángulo, el mundo sin salida de sus criaturas.Magdalena, adulta, revive en ese salto al pasado – evitando la regresión gestual, o vocal – los juegos y canciones infantiles, privativos de las niñas, en donde los mandatos familiares heredados    se instalan en el discurso de esas canciones y juegos, impidiendo el espacio de goce, y fertilizando en forma subliminal el acatamiento a la norma.
        Una verdad sobrecogedora por lo desesperanzada, da cuenta de su retorno al presente:  “  El  hombre está hecho para hacernos soñar, no para realizar nuestros sueños “.
        Debemos destacar la utilización de la música y letra del bolero, como procedimento dramatúrgico eficaz para ampliar el campo semántico de la historia, marcando cortes internos en la secuencia dramática, sin apelar al discurso protagónico, e incorporando una nueva clave interpretativa  al universo ficcional. Tres composiciones interpretadas por su autor, Rosamel Araya, glosan las  vivencias  de Magdalena: El divorcio, que la protagonista baila – iniciado el espectáculo – recorriendo el espacio escénico. Los otro temas son No y Hasta siempre amor, que aluden al desenlace de la historia.
          El espectador asiste al despertar de Magdalena, que ha decidido cerrar una etapa de su vida, y abrir otra , auténtica, aunque riesgosa: la que busca recuperar el derecho  irrenunciable a ser ella misma, el derecho a elegir y equivocarse, a crecer y fortalecerse; pudiendo de este modo sentir que se es uno, pero con el otro.
         En el unipersonal de Mauro Molina – cuya duración no excede los 60 '  -  se dan cita todos los componentes del hecho escénico, cuidadosamente combinados, que hacen del espectáculo  -  como  ya lo afirmáramos al principio del comentario -   una unidad estético-ideológica infracturable. 
         La movilidad  del signo teatral permite al espectador – en virtud de lo afirmado antes – hacer una lectura de los objetos, secuencias de la historia, y procedimientos empleados, que trasciende la función icónica de aquéllos, para resignificarlos como unidad simbólica.
        La calidad interpretativa de Valeria Tercia es decisiva en esta operación. Los cambios emocionales del personaje, los sutiles matices en la expresión y en el tono de voz   – con una impecable  dicción – y, particularmente la intensidad de la mirada, que dice lo que callan las palabras, consolidan la imagen de un mundo clausurado, que Magdalena decidió abandonar. 
Beatriz Sánchez Distasio
Investigadora Teatral
Ex Directora y docente de la Escuela Municipal de Arte Dramático “ Angelina Pagano “
Mar del Plata – Provincia de Buenos Aires – La Argentina
Año 2012



Magdalena


Con Valeria Tercia

Espectáculo Unipersonal  que habla sobre los mandatos sociales y culturales que definen el rol de la mujer de los años 50.
La construcción dramatúrgica ha partido de distintos disparadores de la historia personal de la actriz y el director, puestos en crisis en la escena para finalmente plasmarlos en el texto escrito.
Es un homenaje a nuestras abuelas.
 
“Nos contaba un abogado especialista en asuntos de familia que gran parte de los divorcios y separaciones no tienen por motivo sino la poca habilidad o incapacidad de la mujer moderna de llevar una casa.
Abrumada por el trabajo, está cansada y extenuada al final del día.
El trabajo doméstico como todos los demás trabajos, no es cuestión de querer hacerlo, sino que hay que aprender para saber hacerlo"



Ficha técnico artística:

Autoría: Mauro Molina.

Actúa: Valeria Tercia.

Diseño de espacio escénico: Mauro Molina.

Diseño de luces: Horacio Novelle.

Realización escenográfica: Juan Malagutti.

Realización de vestuario: Mónica Lamela.

Dirección y Puesta en escena: Mauro Molina.




Crítica de Gabriel Cabrejas
Magdalena, de Mauro Molina, en el Séptimo
El Mandamiento 11º

Mientras nos sentamos en nuestras butacas, ella canta boleros, sobreimpresos al audio off, y se desplaza, ligera y aérea, a lo largo del escenario. Vestido turquesa, la radio todavía sin transistores, una planta haciendo de planta, cartas que oculta debajo de la mesa ratona. Aparenta la suficiencia de una mujer satisfecha y pletórica, hasta que la luz la baña, en la oscuridad del resto de la sala, y lee sus propios escritos, de diferentes fechas. "Pablo -el marido, ausente- podrás cumplirme los deseos pero no los sueños". De pronto, sonrisa plástica, de publicidad gráfica, falsa y nerviosa, y el recitado automático del Manual de la Buena Esposa, ése que invadía las páginas de Para Ti o El Hogar, incluso los prólogos del best seller epocal, el libro de cocina de Doña Petrona. "Cuando Él llegue, recuerda que tus problemas son apenas un detalle frente a los que Él debe pasar todos los días. La frase, repetida como un mantra, insiste en la exacta ubicación/situación de la Mujer durante los 50 y con seguridad mucho antes: autosometimiento, permanecer en casa siempre predispuesta y alegre, esperar al marido y complacerlo sin quejarse, despersonalizarse, vaciarse. El cielo mismo conspira: unas lucecitas de navidad fingen las constelaciones: "Esa es el Lavarropas, esa la Heladera. ¡Las estrellas de la felicidad!". Así de abrupta, la cara de Valeria Tercia se cubre de un velo de amargura infinita. El pasado la consuela aún menos y tiene a bien pasarnos diapositivas, tan de moda en esas décadas y por demás utilizadas abundosamente en el teatro de fines del 60. La dulzura perteneció a un joven gay, la amiga exitosa con los hombres se quedó sola. Nada mejor que el bolero para arrullar aquel presente: el matrimonio (por iglesia, faltaría más) como máxima aspiración posible, el reproche a la pérfida infiel, el erotismo de palabra ocultador de que solamente el macho de la pareja debe disfrutarlo. Magdalena es un término que se resemantiza: de ese modo llama a la plantita, a la pieza de pastelería homónima cuya receta recita de memoria y... ella misma. "El, superioridad total y tú, total entrega". El estereotipo alguna vez se resquebraja y empieza a verse, de crisálida a ave, el desarrollo de otra conciencia y la necesidad de una liberación. Casa de muñecas sin elenco, sola de toda soledad, decidiendo ante nosotros, de cara al público.
Mauro Molina, viejo amigo de la temporada, triplicado en el 2012 -Muñecas rotas de Patricia Suárez por segundo año consecutivo, La herencia maldita de Augusto Boal y al fin su texto, Magdalena- demuestra seguir en plena forma. Puestista exquisito y sobre todo, gran conductor de actores, no le puede ir mal junto a la Tercia, ganadora de un estrella hace dos años y candidata eterna a destacarse en cualquier pista, en conjunto o unipersonal (otro: Esa que no eres): la fuerza recíproca de dramaturgia y actríz, como una pieza de encastre, y, con verlos a ambas, el difícil arte de crear y armonizar personajes femeninos.
Magdalena, atención, necesita observarse, también teatralmente además de advertir los valores, o disvalores, que expone. Cuando ella corre el mantel bajo la plantita, sabemos que es una valija, y cuando la abre, explota: las cartas vuelan de a centenares. Sus fotos de bodas, los últimos slides, son grotescas. "La dieta de la P: pan, pastas, pastel, papa, pizza, paz, paciencia, ¡Pablo!" dijo antes.
Las únicas puteadas, en chica tan pudorosa y gentil, las dedica a marido y suegra. Lo esperamos, claro, pero modula y precipita sus estallidos, los gradúa manejando trastos escénicos y el gesto a la par, avanza y retrocede. Buen discípulo del absurdo (recordemos El Rey se muere, Boceto para teatro I) domina el toco y me voy, el desmarque, el aproximarnos a la emoción y salir, de golpe, al raciocinio, saltar de la intimidad a la tapa de revista, del confesionalismo a la protesta.
Otra cuestión, la oportunidad en estos tiempos de violencia de género denunciada. Molina autor no se sitúa en el aquí sino busca los mandatos consolidados a medio siglo, la época de la violentación moral y de la impostura social sobre la indemostrada (indemostrable) inferioridad moral y física de la mujer. Tampoco da lecciones o insta a la acción. Cuenta un ejemplo en miles y nos deja debatiendo. Ninguna otra cosa más válida se puede pedir al buen teatro.
Gabriel Gabrejas
Enero 2012

martes, 20 de diciembre de 2011

En los Años 50´s:


Las mujeres se casaban con el primer novio que tenían, y era prácticamente imposible que mantengan varias relaciones antes de casarse, ya que entre otras cosas, esto era muy mal visto. Las mujeres se casaban muy jóvenes (rondando los 20 años) y una vez que se comenzaba una relación, estaba preestablecido que era para toda la vida aunque muchas veces no fuera la persona correcta.
Eran tolerantes con sus maridos, pues desde infidelidades hasta carencias en la relación, aguantaban y a pesar de estas cuestiones, los matrimonios continuaban juntos. En primer lugar porque el divorcio era severamente juzgado por la sociedad y segundo por los hijos. A todo esto no olvidemos el hecho de que las mujeres dependían económicamente de los hombres. Por lo cual podría decirse que eran dueñas de nada.
Vivían con sus padres hasta el día de contraer matrimonio, pues la sola idea de pensar en la posibilidad de vivir solas era inconcebible y mucho menos ir a vivir con sus parejas, Prohibido!. Incluso aquellas que no se casaban, las típicas tías solteronas, se quedaban con sus padres hasta el momento en que éstos morían.
Su trabajo era ser amas de casa impecables y nunca trabajaban fuera. Cuidar a los hijos (quienes eran concebidos a una temprana edad) y atender a sus maridos eran las tareas a cumplir para ser considerada una exitosa.
No tenían amigos varones, pues estaba mal visto, por lo que sólo mantenían relaciones de amistad con unas pocas mujeres del círculo social que frecuentaban, las cuáles actuaban como sus "confidentes". Pero temas como el sexo, el dinero o los problemas de pareja no eran hablados abiertamente. Los hijos y la casa eran los principales temas de conversación.
Los homosexuales no existían. Aunque los hubo desde siempre, para estos años, en caso de serlo, eran cruelmente excluídos de la sociedad".
Fuente: Revista emujer
50 años que revolucionaron a las mujeres